MENSAJE DEL SANTO PADRE PARA LA 18a JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

3 de junio de 1984

Muy queridos hermanos y hermanas en Cristo:

1. Esta Jornada anual que quiso el Concilio Vaticano II para "vigorizar con creciente eficacia el multiforme apostolado de la Iglesia en materia de medios de comunicación social" (Inter mirifica, 18), es la XVIII y tiene por objeto educar cada vez mejor a los fieles respecto de sus deberes en un sector tan importante. En esta ocasión deseo en primer lugar exhortar a cada uno de vosotros a uniros a mí en la oración para que el mundo de la comunicación social, con sus operadores y la multitud de quienes la reciben, desempeñe fielmente su función al servicio de la verdad, libertad y promoción de todo el hombre en todos los hombres.

El tema elegido para esta XVIII Jornada es de gran relieve: Las comunicaciones sociales, instrumento de encuentro entre fe y cultura. Cultura, fe y comunicación son tres realidades con una relación entre sí de la que dependen el presente y el futuro de nuestra civilización llamada a expresarse con plenitud creciente en su dimensión planetaria.

2. Según he dicho ya (cf. Discurso a la UNESCO, 2 de junio de 1980), la cultura es un modo específico de existir y ser del hombre. Dentro de cada comunidad crea un conjunto de vínculos entre las personas que determinan el carácter interhumano y social de la existencia humana. Sujeto y artífice de la cultura es el hombre y éste se expresa en ella, y en ella alcanza su equilibrio.

La fe es el encuentro entre Dios y el hombre, a Dios que revela y realiza en la historia su plan de salvación, responde el hombre con la fe, acogiendo y haciendo suyo este designio y orientando su vida hacia este mensaje (cf.Rom 10, 9; 2 Cor 4, 13): la fe es un don de Dios al que debe responder la decisión del hombre.

Pero si la cultura es el camino específicamente humano para llegar cada vez más al ser y si, por otra parte, el hombre se abre en la fe al conocimiento del Ser Supremo, a cuya imagen y semejanza ha sido creado (cf. Gén 1, 26), no hay quien no capte la relación profunda existente entre una y otra experiencia humana. Así se comprende por qué el Concilio Vaticano II ha querido destacar "los estímulos y ayudas excelentes" que el misterio de la fe cristiana ofrece al hombre para que cumpla con mayor empeño el deber de construir un mundo más humano, es decir, un mundo que responda a su "vocación integral" (cf. Gaudium et spes, 57).

Más aún, la cultura es de por si comunicación no sólo y no tanto del hombre con el ambiente que está llamado a señorear (cf. Gén 2, 19-20), cuanto del hombre con los demás hombres. En efecto la cultura es una dimensión relacional y social de la existencia humana; iluminada por la fe, expresa asimismo la comunicación plena del hombre con Dios en Cristo y, al contacto con las verdades reveladas por Dios, encuentra más fácilmente el fundamento de las verdades humanas que promueven el bien común.

3. Por tanto, la fe y la cultura están llamadas a encontrarse y a inter-actuar precisamente en el terreno de la comunicación: la realización concreta del encuentro y de la interacción, y de su intensidad y eficacia, en gran medida dependen de la idoneidad de los instrumentos empleados en la comunicación. La prensa, cine, teatro, radio y televisión, con la evolución experimentada por cada uno de estos medios a lo largo de la historia, no siempre han resultado adecuados para el encuentro entre fe y cultura. En especial la cultura de nuestro tiempo parece dominada y plasmada por medios de comunicación novísimos y potentes -la radio y sobre todo la televisión-, hasta el punto de que a veces parecen imponerse como fines y no como simples medios, incluso por las características de organización y estructura que requieren.

Sin embargo, este aspecto de los mass-media modernos no debe hacernos olvidar que se trata siempre de comunicación y que ésta es por naturaleza siempre comunicación de algo; por tanto, el contenido de la comunicación es determinante siempre, hasta el punto de cualificar la misma comunicación. Así, pues, sobre los contenidos hay que apelar siempre al sentido de responsabilidad de los comunicadores y al sentido crítico de quienes reciben la comunicación.

4. Ciertos aspectos decepcionantes del uso de los mass-media modernos, no deben llevarnos a olvidar que con sus contenidos pueden llegar a ser maravillosos instrumentos de difusión del Evangelio, adaptados a los tiempos y capaces de alcanzar los extremos más recónditos de la tierra. Y en especial pueden prestar gran ayuda en la catequesis, como he recordado en la Exhortación Apostólica Catechesi tradendae (n. 46).

Sean, pues, conscientes de su alta misión cuantos utilizan los medios de comunicación social en la evangelización, pues contribuyen a construir un tejido cultural en el que el hombre se hace más hombre al adquirir conciencia de su relación con Dios; tengan la competencia profesional debida y sientan la responsabilidad de transmitir el mensaje evangélico con toda su pureza e integridad, sin confundir la doctrina divina con las opiniones de los hombres. Porque los mass-media siempre responden a una determinada concepción del hombre, tanto cuando se ocupan de la actualidad informativa, como cuando afrontan temas propiamente culturales o se emplean con fines de expresión artística o de entretenimiento; y se los evalúa según sea acertada y completa esta concepción.

Al llegar a este punto, mi llamamiento se hace urgente y se dirige a todos los operadores de la comunicación social de cualquier latitud y religión.

Operadores de la comunicación social:

En una palabra, empeñaos en promover una cultura verdaderamente a la medida del hombre, conscientes de que actuando así facilitaréis el encuentro con la fe, de la que nadie debe tener miedo.

5. Un examen realista lleva, por desgracia, a reconocer que en nuestro tiempo se usan las inmensas potencialidades de los mass-media contra el hombre y que la cultura dominante desatiende el encuentro con la fe, tanto en los países donde está permitida la libre circulación de las ideas como donde la libertad de expresión se confunde con el desenfreno irresponsable. Es deber de todos sanear la comunicación social y enderezarla de nuevo a sus nobles objetivos; aténganse los comunicadores a las reglas de una ética profesional correcta, desempeñen los críticos su útil acción clarificadora ayudando a formar la conciencia crítica de los receptores de la comunicación, sepan éstos seleccionar con talento y prudencia libros, periódicos, espectáculos cinematográficos y teatrales y programas televisivos, para que les ayuden a crecer y no a pervertirse, y también, a través de formas asociativas convenientes hagan oír su voz ante los operadores de la comunicación para que ésta respete siempre la dignidad del hombre y de sus derechos inalienables. Y recuerdo, con palabras del Concilio Vaticano II, que "la misma autoridad pública que legítimamente se ocupa de la salud de los ciudadanos, está obligada a procurar justa y celosamente mediante la promulgación y diligente ejecución de las leyes, que no se sigan graves daños a la moralidad pública y al progreso de la sociedad por el uso depravado de estos medios de comunicación" (Inter mirifica, 12).

6. En efecto, como hay un hombre comunicador al comienzo de la comunicación y un hombre receptor al final de ésta, los instrumentos de comunicación social facilitarán el encuentro entre fe y cultura si favorecen el encuentro entre las personas, a fin de que no se forme una masa de individuos aislados en la que cada uno dialogue con la página, el escenario y la grande o pequeña pantalla, sino una comunidad de personas conscientes de la importancia del encuentro con la fe y la cultura, y decididas a llevarlo a cabo por medio del contacto personal en la familia, en el lugar de trabajo y en las relaciones sociales. Cultura y fe que encuentran en los mass-media ayudas directas o indirectas útiles y hasta indispensables, circulan en el diálogo entre padres e hijos, se enriquecen con la obra de maestros y educadores y crecen con la acción pastoral directa hasta el encuentro personal con Cristo presente en la Iglesia y en sus sacramentos.

Por intercesión de María Santísima pido para los operadores de la comunicación y para la inmensa comunidad de receptores, los favores celestiales de los que es propiciadora mi bendición apostólica, con el fin de que cada uno según su misión se empeñe en que las comunicaciones sociales sean instrumentos cada vez más eficaces de encuentro entre fe y cultura.

Vaticano 24 de mayo de 1984, VI año de mi pontificado.